14 noviembre, 2025
Oaxaca MX
Opinión

El Enemigo Interior

En Los Ángeles, mientras la brisa del Pacífico acaricia los barrios de Boyle Heights y Huntington Park, se respira algo más que el olor a elote cocido y tortillas recién hechas. Hay miedo. Y no es un miedo abstracto o simbólico. Es físico, pegajoso, con nombre y apellido. Redadas, Guardia Nacional, marines. Una maquinaria de guerra movilizada no contra invasores armados, sino contra mujeres que empacan frutas, hombres que reparan techos, jóvenes que cuidan niños. Migrantes. Seres humanos.
No hay helicópteros negros ni vehículos blindados, pero casi. Hay uniformes, botas militares y furgonetas blancas sin logos que se llevan vidas. Sin gritos. Sin juicio. Sólo órdenes. Solo papeles. O la falta de ellos.
Los días recientes han revivido una vieja escena, una que los libros de historia no han terminado de escribir, la del poder que necesita enemigos para sostenerse. Un poder que ya no contento con culpar al extranjero, se fabrica un enemigo interno. La misma fórmula que antaño usaron los nazis, hoy reeditada con bandera de barras y estrellas, crear miedo, señalar culpables, justificar la represión.
Y en ese teatro de sombras, la figura del migrante latino, en especial el mexicano, es el blanco favorito. No porque sea el único. Porque es el más visible, el más numeroso, el que no puede esconder su lengua ni el color de su piel.
Los testimonios son simples y demoledores. “Se llevaron a mi mamá, a mi vecino, a mi hermana”. Por hablar español. Tener una cara “muy morena”. Estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. No hay certezas, hay sospechas. Y eso basta.
Las manifestaciones comenzaron un viernes. Luego un sábado. Chicago, Minneapolis, Houston. No solo Los Ángeles. Multitudes salieron a las calles con pancartas, banderas de El Salvador, de Guatemala, de Honduras. Un mosaico de culturas unidas por el mismo temor, desaparecer. No metafóricamente, sino literalmente.
Pero más allá del relato urgente de las redadas, este momento es una bisagra. Una en la que se revelan las entrañas de un modelo político que necesita violencia para sobrevivir. Cuando la economía ya no puede dar buenas noticias, cuando el desempleo acecha, cuando las promesas se derrumban, el enemigo es el de siempre, el otro.
Y entonces aparece la artillería discursiva “invasión”, “criminales”, “amenaza”. Palabras que no describen, sino que diseñan una realidad ficticia donde los migrantes son soldados enemigos y no jornaleros que recogen fresas.
Para el ciudadano de a pie es angustiante verlos movilizar 500, 600, 700 marines, los mismos que combatieron en Vietnam, Irak y Afganistán, contra familias con niños pequeños. No entienden el uso de las herramientas del Pentágono para acallar a quienes protestan pacíficamente.
Se está librando una guerra por el control, por el silencio, por la obediencia. Porque quien tiene miedo, no protesta. Quien teme, no se organiza. Y esa es la gran estrategia, fragmentar, dividir, paralizar. Hacer que cada uno tema por su pellejo. Que se calle. Que mire a otro lado.
Pero no todos lo hacen.
Hay una anécdota rescatada de una historieta argentina que resuena en este contexto, la de El Eternauta. Un relato en el que no hay un superhéroe individual que lo salva todo, sino una comunidad que resiste junta. Vecinos que construyen refugios, que se cuidan entre sí, que entienden que nadie se salva solo. Que la salida no es individual, sino colectiva.
Los migrantes lo saben. Por eso la resistencia no ha sido solo de pancarta. También es de solidaridad cotidiana, redes de vecinos que avisan cuando hay redadas, casas que abren puertas para esconder, abogados que trabajan gratis, líneas de ayuda en español. El “nos tenemos” como única defensa.
Mientras tanto, desde el poder, se insiste en el relato de la “invasión”. Se criminaliza a quienes solo buscan vivir. Se olvida —convenientemente— que esos mismos migrantes envían más de 64 mil millones de dólares anuales a sus países de origen. Dinero que sostiene economías enteras. Dinero que no se lava. Dinero que no mata. Dinero que alimenta. Y más, si hablamos de Oaxaca.
Y, sin embargo, en vez de agradecimiento, reciben represión. En vez de derechos, reciben sospechas. En vez de oportunidades, reciben redadas.
Los vientres se están cerrando, dijo un oyente en la radio. Es cierto. En muchos países la natalidad cae, pero la humanidad no desaparece. Migra. Se mueve. Lo ha hecho siempre. Desde los primeros homínidos cruzando África hasta los trenes llenos de niños que hoy cruzan Centroamérica. La movilidad es parte de nuestra esencia. Lo artificial son las fronteras.
Y, sin embargo, el muro se construye. No solo de concreto. También de leyes, de retórica, de prejuicios. Y cada ladrillo es una historia truncada, un sueño roto, una madre desaparecida.
El discurso oficial insiste “Nos están atacando”. Pero no es verdad. Lo que sucede es que están defendiendo su derecho a existir. A caminar sin miedo. A que sus hijos vayan a la escuela sin preguntar si su padre volverá esa noche.
La historia no se detiene. El horror tampoco. Pero hay un punto donde la resistencia se convierte en relato. En futuro. Y eso también lo saben los que marchan, los que escriben, los que no se callan.
Porque quizás, la clave no está en la fuerza del enemigo, sino en la voluntad de quienes resisten juntos.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx

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