Misael Sánchez
La Revolución Mexicana, forjada en los albores del Siglo XX, no solo se constituye como un episodio de fervor y lucha, sino como un telar de cambios sociales, económicos y políticos que aún reverberan en el devenir de México.
La perspectiva analítica de Francisco José Ruiz Cervantes, autor de la obra “La Revolución en Oaxaca. El movimiento de la soberanía” esclarece los entresijos de esta gesta histórica y dibuja un panorama que trasciende las narrativas convencionales.
La profundidad del análisis de Ruiz Cervantes va más allá del estallido armado en 1910; adentra en el complejo entramado de movimientos y corrientes pre-revolucionarias, donde cada región del país parecía tejida con hilos de disconformidad y anhelos de cambio.
La Revolución no fue una fecha, sino un proceso, un tejido de ideales y conflictos que culminaron en la emergencia de nuevos actores políticos y el nacimiento de instituciones en formación.
Redacté un artículo sobre este tema hace casi una década, cuando el investigador era también director del Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (IIHUABJO), cuando señaló que el momento más importante de la Revolución Mexicana fue cuando se hizo gobierno y, al mismo tiempo, la familia revolucionaria cambió los caballos, las cananas y las pistolas para empezar a vestirse de traje y convertirse en hombres de negocios.
La mutación de la Revolución desde un movimiento armado hacia la consolidación de instituciones republicanas, marcó una etapa significativa.
Los revolucionarios, antes ataviados con armas y monturas, se vistieron de traje, incursionando en esferas de negocios y poder, transformando así la faz de México.
Sin embargo, el reto pendiente, de acuerdo con el investigador, radica en la equitativa distribución de la riqueza, un clamor aún presente en la actualidad.
Las palabras de Ruiz Cervantes actúan como una guía en el laberinto revolucionario, recordando que este proceso englobó múltiples ciclos de transformación, movimientos armados y políticos, encabezados por figuras como Madero, los zapatistas, villistas y coaliciones anti-Porfirio Díaz.
El legado revolucionario no se agotó en el fragor de las batallas, sino en la configuración de un país marcado por la lucha y la búsqueda constante de justicia social.
La génesis del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y su posterior evolución hacia el Partido Revolucionario Institucional (PRI), así como la consolidación de una familia revolucionaria, representan la consolidación de un estado en transformación.
La intención inicial de un Estado activo en la economía y el fortalecimiento del partido hegemónico, se fusionaron con épocas de estabilidad, crecimiento económico y distribución de la riqueza.
Sin embargo, el viaje revolucionario no estuvo exento de espinas.
Las décadas posteriores llevaron a confrontaciones internas, la aparición de tecnócratas distantes del discurso revolucionario original y fisuras dentro del propio partido hegemónico.
La búsqueda constante de una mejor distribución de la riqueza quedó como un desafío persistente en una historia marcada por fluctuaciones económicas y cambios ideológicos.
La contemporaneidad, según las reflexiones de Ruiz Cervantes, se enfrenta a un panorama incierto, donde la democracia exhibe signos de agotamiento, desencantando a una ciudadanía cuestionante y desconfiada.
El legado de la Revolución, anclado en las instituciones republicanas, ha sufrido embates debido a la irresponsabilidad política, generando desilusión en una sociedad ávida de cambios significativos.
En conclusión, la Revolución Mexicana, aunque ya no sea un eje discursivo predominante, persiste en sus resonancias, desafiando al presente a mirar hacia atrás para comprender su legado.
La equidad en la distribución de la riqueza, la crisis económica, la dependencia tecnológica y alimentaria, se erigen como desafíos actuales, recordando que el hilo de la Revolución aún no ha sido completamente hilvanado en el tapiz de la historia mexicana.