Misael Sánchez
Detrás de los resplandecientes destellos que adornan la imagen turística de la capital de Oaxaca, existe un mundo ignorado por la mayoría: el Oaxaca de Juárez de aquellos que habitan en las periferias de la capital.
Son los obreros invisibles que sostienen la industria turística, pero que viven sumidos en la oscuridad de carencias sistémicas.
En estas zonas, la pobreza se manifiesta de manera cruda yuxtapuesta al esplendor superficial.
La carencia de alumbrado público es solo el inicio de una lista interminable de desafíos que enfrentan los habitantes de estas áreas marginadas.
Los servicios públicos son un lujo lejano, mientras que las calles, más que vías de tránsito, son un laberinto de baches olvidados por la negligencia de las atoridades capitalinas.
El caos urbano y el crecimiento desordenado de colonias han engendrado un entorno donde la delincuencia halla refugio en lotes baldíos abandonados, sembrando miedo y desconfianza en la comunidad.
La escasez de agua potable es una realidad ineludible, una carga diaria que ahoga la esperanza de progreso.
La ausencia de obras públicas es el símbolo de una indiferencia gubernamental que ignora las necesidades básicas de sus conciudadanos.
La inseguridad se ha enraizado en estas áreas, convirtiéndose en una sombra persistente que afecta la vida cotidiana de quienes intentan labrar un futuro digno.
La incertidumbre en la tenencia de la tierra, un tema fundamental para el arraigo y la estabilidad, persiste como un eco silencioso en medio de la negligencia oficial.
Las autoridades de la capital oaxaqueña, sumidas en estrategias de mercadotecnia para embellecer la imagen de la capital, desatienden el verdadero rostro de la ciudad: el de su gente.
Sin embargo, en esta vorágine de carencias y desamparo, persiste una llama de esperanza: el tejido familiar.
Las familias de estas zonas marginadas despliegan un esfuerzo titánico para sobrevivir en un entorno que les niega oportunidades.
Son ellos, con su resiliencia y solidaridad interna, quienes resisten a pesar de la indiferencia gubernamental.
La miseria y la pobreza en las zonas periféricas de Oaxaca no son simplemente realidades aisladas; son consecuencias palpables de un sistema que prioriza la imagen sobre la sustancia, el turismo sobre la gente.
Es hora de despojar a la realidad de su disfraz, de enfrentar con valentía los desafíos que acechan en las fronteras urbanas y de abrazar un compromiso genuino por el bienestar de todos los oaxaqueños, sin excepción.
Es tiempo de iluminar las sombras y reconstruir un Oaxaca que incluya a cada uno de sus habitantes en el tapiz vibrante de su progreso.