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16 julio, 2025
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Los Chimalapas, nomás…

Por décadas, la selva zoque ha sido más que tierra. Ha sido símbolo, escudo, agua y frontera. Hoy, murmullos que nacen en la Suprema Corte anuncian una resolución histórica. El periodista ha recorrido la zona, ha oído las voces, sentido el miedo y la esperanza. El eco de la justicia resuena con más fuerza que nunca… pero también con más preguntas.

En Los Chimalapas, el aire tiene memoria. Cada hoja de la ceiba, cada gota que resbala de los helechos, parece recordar lo que los mapas olvidaron. Esta selva, una de las últimas intactas de Mesoamérica, no es solo un rincón más del territorio nacional, es el epicentro de un litigio centenario, el cruce de ambiciones, desmemorias y resistencias.

Han pasado más de veinte años desde que el periodista escuchó por primera vez la advertencia en boca del entonces secretario de la Comisión de Límites de Oaxaca, José Isaac Jiménez Velasco: “Esto no es un conflicto de límites… es una invasión”. La frase resonó como un eco amargo en los pasillos de la Ciudad Administrativa de Oaxaca en 2008, mientras helicópteros chiapanecos sobrevolaban el punto trino, y patrullas ribereñas marcaban presencia en la mojonera de la Barra de Tonalá.

Desde entonces, ha sido una guerra de papel y machete, de drones y machetillos, de códigos agrarios y motosierras. Y mientras la burocracia federal miraba hacia otro lado, la selva callaba… pero no olvidaba.

Cuando los indígenas zoques compraron Los Chimalapas a la Corona Española en 1685, Chiapas era aún Guatemala. La línea de fuego no se trazó con tinta, sino con sangre, lengua y bosque. Los zoques, silenciosos, custodios del verdor, fueron testigos de cómo los gobiernos comenzaron a imponer comités municipales desde Chiapas en comunidades que siempre habían respirado con acento oaxaqueño.

Cada sexenio traía consigo promesas. Y cada promesa, una traición más. En 2015, mientras la Fundación “Manuel Velasco Suárez” sembraba estructuras partidistas en territorios oaxaqueños bajo el disfraz de inclusión social, los comuneros de Santa María y San Miguel Chimalapas peleaban hectárea por hectárea contra la tala ilegal y las comunidades artificiales. En las sombras de los árboles milenarios, un nuevo municipio ilegal –Belisario Domínguez– surgía como una herida abierta.

El periodista caminó entonces por las veredas húmedas de San Isidro La Gringa, donde la tierra se partía no por sismos, sino por decisiones administrativas. En las cocinas de barro, entre fogones y café negro, mujeres de piel curtida contaban cómo, con machetes en mano, recuperaron las 5 mil hectáreas de La Hondonada. No esperaron resoluciones, porque el hambre no entiende de sentencias.

Hoy, desde los corredores de mármol de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, llegan rumores. Murmullos. La resolución parece inminente. No quiero comentar las razones. El conflicto de límites entre Oaxaca y Chiapas –ese que algunos llamaban conflicto, otros invasión– podría hallar respuesta en el expediente dormido del Alto Tribunal. Y, sin embargo, las preguntas persisten.

El reportero volvió hace poco a la zona. En Chahuites, escuchó a una niña preguntar si Cachimbo era Chiapas u Oaxaca. Nadie le respondió. En Santo Domingo Zanatepec, un comunero mostró un acta de nacimiento chiapaneca, aunque su ombligo está enterrado en tierra oaxaqueña. Las identidades se fracturan en las fronteras difusas que la historia olvida y la ambición reinventa.

Los Chimalapas no solo son una franja de selva, son el pulmón que respira agua para el país. De aquí brotan los ríos que alimentan a Chiapas, Veracruz y Tabasco. El 43% del agua que corre por México nace en estas entrañas verdes. Defender este territorio es también defender la vida de millones. Sin embargo, en los informes técnicos, eso aparece apenas como nota al pie.

En 2016, las autoridades estatales de Oaxaca y Chiapas prometieron diálogo. Las mesas se instalaron, las cámaras captaron el apretón de manos. Pero en el fondo, la selva seguía sola, resguardada por comuneros que han sabido más de agrimensura y derecho agrario que muchos burócratas.

Hoy, la SCJN podría finalmente dar la razón a Oaxaca. Se avecina una sentencia. Se escucha como un tambor lejano entre las copas altas. Las demandas de controversia constitucional contra Chiapas y Tabasco están listas. La historia colonial, desde el Virreinato de la Nueva España hasta la Capitanía de Guatemala, ha sido desenterrada por legistas que, por fin, se atrevieron a leer la historia completa.

Pero Los Chimalapas no esperan sentencias, se defienden. Y su gente, mestiza y zoque, sigue construyendo trincheras de identidad, sembrando dignidad en cada parcela, reforestando la memoria.

El reportero mira el mapa y no ve límites, ve cicatrices. Oye las voces de 2008 y las de hoy. Algunas han envejecido. Otras se han ido. Pero en la selva, aún hay niños que juegan a ser centinelas. Aún hay ancianos que hablan del río Las Arenas como quien recuerda una patria. Y aún hay mujeres que guardan en sus pechos el nombre verdadero de cada piedra.

Que venga la Corte con su fallo. Que venga el país con su justicia. Pero que no olviden que aquí, entre raíces, se sigue hablando zoque. Y en zoque, “territorio” no es tierra… es alma.

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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx

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