No puede caber duda alguna, el carácter, la voluntad, la experiencia y los conocimientos del gobernante son vitales para lograr los objetivos de gobierno, pero hay algo más, que nace de las profundidades de los deseos, de lo manifiesto y del inconsciente: el propósito, el objetivo, el fin, por el cual se desea gobernar.
En este ámbito se pueden distinguir dos tipos de gobernantes: los que desean obtener la gloria, el reconocimiento del pueblo, de la historia, trascender a su propia existencia, y los que persiguen el poder político para su uso y disfrute, para su provecho de grupo o personal, para sentirse poderosos, obedecidos, no importa si odiados o temidos.
A los primeros se les conoce como los amantes de la política a los segundos, como los amantes del poder. El poder en todas manifestaciones para los segundos, pero la más importante para este tipo de amantes es el abuso del mismo poder otorgado, la impunidad de malos actos ejercidos. A Gabino Cué Monteagudo cuesta trabajo ubicarlo en el campo de buscadores de la gloria, pues no quiso y no pudo. Para buscar la gloria, trascenderse así mismo, ir más allá de su propio tiempo, permanecer en la conciencia colectiva, ser factor de un salto cuantitativo y cualitativo de la sociedad que se gobierna, es para pocos, para iniciados, los que entienden y desean un lugar en la historia. Gabino Cué Monteagudo desperdició la hermosa oportunidad que le otorgó la buenaventura, la historia, y por qué no, los dioses.
Ser congruente con la realidad es un imperativo para todo gobernante so pena de divisar en el horizonte su seguro fracaso. Para un ser humano como Gabino Cué Monteagudo, este principio le causó serias contradicciones, por su formación y origen, quiso ver siempre a un Oaxaca uniforme, único y con un solo sendero, sin embargo, el Oaxaca diverso, multiétnico, multicultural, incluso multi regional mostraba a cada instante su rostro. Nunca pudo conciliar esta contradicción, por ello su gobierno no tuvo derrotero bien definido. Sumido en la contradicción, se sumió en la contingencia. La disyuntiva fue siempre entre la libertad de los pueblos y la uniformidad social que nació de su ideología conservadora.
Al final del camino, el pueblo oaxaqueño desamparado, inerte, si bien reprobó al gobernador en las urnas, no encontró un camino más para manifestar su desaprobación de los resultados del gobierno aliancista, sólo le quedó la esperanza, es decir, la espera, de tener un mejor gobierno en el futuro. La responsabilidad es colectiva, de todos los componentes del gobierno, de todos los partidos que se aliaron, sin embargo, pronto apareció el abandono, la irresponsabilidad, la culpabilidad, en un solo hombre, en Gabino Cué Monteagudo. Es principio de gobierno que la responsabilidad es colectiva, cuando las sombras empiezan a invadir al gobierno, Gabino Cué Monteagudo siente el peso de la responsabilidad única, abandonado, solo, entiende el significado profundo de la ingratitud.
Bien le hubiera ido a Gabino Cué Monteagudo tener por lo menos siete hombres y mujeres leales, virtuosas y bien capacitadas, con ellos hubiese salvado a Oaxaca; el gobierno no es de un solo hombre, una sola idea, un pensamiento, es de un colectivo motivado por alcanzar la gloria y la historia, si no es así, es la perdición en los laberintos del poder. Es muy penoso haber observado que sus funcionarios saliesen por la puerta trasera, con morrales repletos de los recursos públicos, pocos fueron la excepción.
Realmente a nuestro personaje no tuvo plena conciencia del lugar que ocupó en la historia del pueblo oaxaqueño, fue la gran oportunidad para un nuevo inicio, diferente, alternativo, justiciero y libertario y democrático del Estado. La pregunta es el por qué se desperdició tal oportunidad, ¿falta de voluntad, concepción equivocada de la realidad oaxaqueña, mezquindad, fue preso de las pasiones más que de las razones?. Talvez nunca se acertarán las respuestas. Lo que es verdadero es que Gabino Cué Monteagudo no comprendió o un tuvo una concepción adecuada de la naturaleza humana, se equivocó en ella, pues en sentido opuesto, hubiese actuado de otra manera, necesitó de un concepto preciso del bien. Tener un conjunto de ideales y valores que se requieren siempre para lograr un buen gobierno.
Es justo aclararlo, la perspectiva del tiempo para emitir juicios sobre el gobierno de Gabino Cué Monteagudo no le son favorables, seguramente le hubiera gustado actuar de otra manera. El tiempo, su tiempo, lo condenó. En otra época, ni duda cabe, las cosas se podrían ver desde otra perspectiva. El tiempo es un juez implacable en sus juicios. Cabe interrogarse si el gobernador tuvo la oportunidad de pararse en un tiempo y tratar de cambiar de ruta, de sendero, de puerto de llegada: Se puede afirmar que el modo y la naturaleza de sus acciones tuvieron una continuidad desde el primer momento de ascenso a la titularidad del Poder Ejecutivo, en este sentido, la constancia en el ser y en el actuar fue invariable.
Todo gobernante oaxaqueño no debe olvidar que se está, por las condiciones lamentables de la sociedad y de las comunidades, en una situación de guerra, por ello, se exige de sus gobernantes no ser adueñados por las dificultades de gobierno, que es menester gozar de una voluntad a toda prueba para enfrentar esta realidad, sin estas cualidades es inútil intentar superar la condición de subdesarrollo del pueblo oaxaqueño. Esta actitud jamás fue tangible, ni visible, mucho menos intuida en el gobierno de Gabino Cué Monteagudo, asumió el gobierno en una actitud envuelta en un ambiente de normalidad, el tiempo fue ordinario, cotidiano, salvo su emoción del momento del ascenso al poder. Sin exagerar, la situación de diciembre del 2010 se debería haber tomado como una situación revolucionaria.
Fue doloroso para el pueblo oaxaqueño observar, conocer y tratar de entender, de cómo los colaboradores del gobierno de la Alianza, simple y llanamente, tuvieron como única motivación estar en el escenario del gobierno sin atreverse ser verdaderos portadores del cambio que requería el noble pueblo oaxaqueño. Estar en el escenario sin asumir un papel protagónico en un momento de la historia de la patria chica de Juárez y empujar a este pedazo de patria al lugar que merece estar, simplemente fue una actitud que merece el olvido por irresponsable.
Dentro del desorden administrativo en que se desenvolvió el gobierno de la Alianza, se puede inferir, deducir, que no existieron las normas indispensables o necesarias, autorizadas por el gobernador o en su caso por el Congreso, para que los funcionarios actuaran con eficacia, pues estos tenían que alcanzar los sueños y deseos por lo que se había establecido un nuevo gobierno. Los operativos de administración debieron de ser capaces para que detalladamente, las acciones de gobierno tuvieran impacto en la población, desde luego, a satisfacción del gobernador o del Congreso. En un Estado como Oaxaca, en medio de un gobierno en guerra en contra del subdesarrollo, la estrategia era más que indispensable, sólo existió la retórica del “cambio” que a fuerza de su repetición y de su falta de correspondencia con la realidad, fue motivo de mofa.