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7 octubre, 2025
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El uranio que duerme bajo Oaxaca

El periodista volvía a la costa oaxaqueña con el paso de los años y la tinta seca de notas que alguna vez habían aspirado a cambiar el mundo. En un cafetal de arena y sudor, bajo la sombra de un almendro, un campesino se le acercó con la mirada del que ha visto desaparecer pueblos, ríos y nombres. No traía acusación ni reclamo. Solo un recuerdo que pesaba como plomo: “¿Y el uranio, patrón? ¿Todavía lo andan buscando? Porque las máquinas dejaron de venir… pero la tierra sigue temblando”.

Aquel comentario bastó para que el periodista recordara los días frenéticos de diciembre del 2001, cuando las planas del Unomásuno hablaron de saqueo, de Kennecott, de uranio en la Sierra Sur. La noticia cayó como piedra en el agua: un estruendo breve, y luego nada. Ni políticos, ni intelectuales, ni líderes de izquierda dijeron una palabra. Y cuando la minera envió una carta negándolo todo, el silencio se volvió sepulcro.

“Amigo, por menos de eso ha muerto gente”, se limitó a decir el extinto secretario general de Gobierno, cuando se buscó su opinión.

Pero el campesino no olvidaba. “Macuilxóchitl, Tlaxiaco, San Agustín Loxicha… ahí también decían que había. Hasta hablaban de una cosa que le decían ‘Uranios de México’, como si fueran los dueños del mundo”, musitó. Y luego, más bajo, como si temiera a los oídos de las piedras: “Dicen que de ahí nació el sueño de las utopías. De hace como treinta años”.

Y anota usted que la utopía, con todo y su mapa de pobreza, es como el uranio, invisible hasta que arde, hasta que chisporrotea y quema todo a su paso.

Durante los años setenta y ochenta, mientras el país giraba entre crisis y promesas, en Oaxaca —esa tierra rota y sagrada— se hablaba de algo más que pobreza. En las cuevas del Istmo, en las montañas Mixtecas, en los valles centrales, surgían discursos nuevos, colectivos, organizaciones, coaliciones, autónomos. Hablaban de gobernanza, comunalidad, de autogobierno, de recuperar la tierra sin pedir permiso. Ahora ya son gobierno. Fíjese Usted.

¿Y si esos brotes de insurrección utópica no fueran solo políticos? ¿Y si fueran una reacción geológica, un eco del subsuelo? ¿Y si debajo de cada asamblea comunitaria había una veta radiactiva que el Estado intentaba domar con la represión?

El periodista recordó entonces lo que nunca se pudo probar: que los desplazamientos en Loxicha no eran solo por paramilitares, sino por coordenadas geológicas. Que Agua Fría fue masacrada no solo por su rebeldía, sino por lo que había bajo sus pies. Que las topadoras que abrían caminos no buscaban carreteras, sino vetas.

En los archivos olvidados del Archivo General de la Nación, hay fotos en sepia de mineros con cascos buscando “material radiactivo” en la mina El Muerto, en Huitzo, allá por 1957. En los documentos oficiales, se mencionan exploraciones en Telixtlahuaca, en Macuilxóchitl, en toda la Sierra. El país reformó su Constitución para declarar al uranio como reserva de la nación… pero nunca explicó por qué la gente huía de sus tierras como si ardieran bajo los pies.

El campesino terminó su café. “Nos dijeron que eran guerrilleros. Que había narcos. Que por eso mandaron soldados. Pero los que saben, los viejos, dicen otra cosa: que todo eso era teatro para que nos fuéramos y ellos pudieran sacar el veneno”.

El periodista ya no llevaba grabadora. Solo una libreta amarilla. En ella anotó una frase: “La utopía se sembró sobre piedra radiactiva”. Luego escribió otra, en letras más pequeñas: “No fue solo pobreza. Fue energía. Fue silencio.”

Y es que Oaxaca, así como la ven, es un laboratorio de lo posible. Es tierra de lo oculto, también. Cuarenta años después del primer taladro, aún no se sabe cuánta radioactividad duerme en sus entrañas. Pero hay cosas que se sienten: la paranoia sutil de las comunidades desplazadas, el silencio de las minas cerradas sin explicación, el olor a polvo viejo en los archivos del SGM. Las utopías también emiten radiación: calientan la historia, trastornan la lógica del poder.

Y como todo mineral, el olvido tiene su punto de fisión. Bastará un comentario más, un recuerdo en voz alta, para que todo arda otra vez. Para que las piedras hablen.

Porque en Oaxaca, todo lo que brilla puede ser uranio. Y toda comunidad que resiste, puede ser reactor.

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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx

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