—
A veces, el periodismo se parece más a una travesía que a una profesión. Se inicia con una libreta, se sostiene con café soluble y se sobrevive con dignidad. Así lo vivió Rodrigo, reportero de calle, de archivo, de voz y de silencio. Treinta años de oficio, de notas que no siempre salieron firmadas, de exclusivas que nadie quiso publicar, de entrevistas que se hicieron en patios, cocinas y funerales. Nunca fundó un medio, pero estuvo en todos. Nunca tuvo una oficina propia, pero conocía cada rincón del Centro Histórico de Oaxaca como si fuera su redacción.
Rodrigo no era ingenuo. Sabía que el periodismo no se sostiene solo con vocación. Se necesita papel, tinta, servidores, sueldos, tiempo. Y eso cuesta. Por eso, cuando empezaron a llegar las propuestas de mecenazgo, no se sorprendió. Pero tampoco se dejó seducir.
La primera propuesta llegó como llegan las buenas intenciones: sin ruido, sin protocolo, sin promesas. Una familia sin vínculos políticos le ofreció financiar una agencia de noticias durante tres años. Oficina incluida. Reporteros pagados. Corresponsales en las regiones. Rodrigo recorrió el inmueble: un caserón de adobe y ladrillo, con techos altos y ventanas rotas, en la calle de Morelos. Lo imaginó lleno de cables, pantallas, voces. No era un periódico. Era una agencia. Algo que en Oaxaca aún no existía.
Pero no confió. No por desconfianza en la familia, sino en el tiempo. ¿Qué pasaría al cuarto año? ¿Y si la familia cambiaba de opinión? ¿Y si la agencia se convertía en trinchera de intereses? Rodrigo agradeció, pero no aceptó. Siguió escribiendo desde su escritorio prestado.
La segunda propuesta fue más sofisticada. Un empresario de Chiapas lo invitó a desayunar en un hotel de la calzada Porfirio Díaz. Lo acompañaban dos socios que invertían en ganado. Hablaron de fundar un periódico en Oaxaca. Una edición sin nombres chiapanecos. Una inversión que debía rendir frutos en el mediano plazo. Rodrigo escuchó, preguntó, anotó. Le presentaron a un veterinario que sería el enlace editorial. Todo sonaba bien. Demasiado bien.
No confió. No por paranoia, sino por experiencia. Sabía que los periódicos no se fundan con promesas. Se fundan con convicciones. Y las convicciones no se sirven en desayunos. Agradeció, pero no aceptó.
La tercera propuesta llegó desde Veracruz. Una fundación sin vínculos con el gobierno ofrecía “pasar la charola” entre sus socios para financiar el trabajo de varios reporteros en Oaxaca. No habría línea editorial. No habría compromisos. Solo respaldo. Rodrigo escuchó. Le hablaron de empresarios de Tuxtepec, de libertad de expresión, de democracia.
Pero no confió. Porque sabía que la libertad financiada es libertad condicionada. Porque había aprendido que el dinero, aunque venga sin condiciones, siempre trae expectativas. Agradeció, pero no aceptó.
De vez en cuando, un dirigente de una organización no gubernamental le insistía: había que fortalecer la democracia financiando reporteros. Se les incluiría en nóminas sindicales. Serían “comisionados” del sector privado. No habría compromisos. Solo respaldo.
Rodrigo sonrió. Sabía que los comisionados, aunque sean privados, terminan siendo institucionales. Y que la democracia no se fortalece con nóminas, sino con independencia. Agradeció, pero no aceptó.
También llegaron propuestas por redes sociales. Invitaciones a presentar proyectos para mecenazgos. Convocatorias para fundar medios con socios invisibles. Rodrigo leyó, respondió, preguntó. Pero no confió. Porque sabía que los algoritmos no entienden de ética. Y que los likes no pagan sueldos.
Rodrigo sabía que, en España, en Francia, en Argentina, hay mecenas que fundan medios. Que apoyan periodistas. Que financian investigaciones. Pero también sabía que, al final, todo mecenazgo corre el riesgo de convertirse en patronazgo. Que la línea entre apoyo y control es delgada. Que el periodismo necesita respaldo, pero también autonomía.
Rodrigo, desde su escritorio prestado, aventuró una hipótesis:
El mecenazgo periodístico es posible, pero solo si se construye sobre tres pilares: transparencia, pluralidad y temporalidad.
Transparencia para saber quién financia y por qué. Pluralidad para evitar que el medio se convierta en vocero. Y temporalidad para garantizar que el periodista no dependa eternamente del mecenas.
Y propuso algo más:
Una plataforma nacional de mecenazgo ético, con reglas claras, auditorías independientes y participación ciudadana.
Un espacio donde los ciudadanos puedan apoyar medios sin imponer agendas. Donde los periodistas puedan recibir respaldo sin perder autonomía. Donde el periodismo pueda sobrevivir sin venderse.
Rodrigo sigue escribiendo. No fundó una agencia. No aceptó el periódico. No firmó con la fundación. No se convirtió en comisionado. Pero sigue escribiendo. Porque aprendió que el periodismo no se mide por los medios que fundas, sino por las verdades que sostienes.
Y aunque los mecenas existieron —y quizá aún existan—, él eligió el camino más difícil: el de la independencia. El de la palabra sin dueño. El de la nota sin patrocinador.
Porque en Oaxaca, como en toda tierra que se respeta, el periodismo no se compra. Se ejerce. Aunque duela. Aunque canse. Aunque no rinda frutos. Porque a veces, la verdad es el único salario.
—
Redacción de Misael Sánchez / Reportero de Agencia Oaxaca Mx
Fragmento de “Yo, tú, él y sus cuentos”