MISAEL SÁNCHEZ
En una enriquecedora entrevista con el Dr. Enrique Flores Niño de Rivera, arquitecto y autor de Contribución para la Interpretación del Concepto de Diseño Arquitectónico de la Gran Calzada de Teotihuacán, surge una exploración profunda sobre el significado oculto en la arquitectura prehispánica de esta icónica ciudad antigua.
Para Flores Niño de Rivera, la esencia de Teotihuacán y de las edificaciones prehispánicas radica en un diálogo eterno con la naturaleza y el cosmos, en un diseño que, más que construir espacios físicos, estructura un sentido de vida.
Para el arquitecto, cada elemento arquitectónico en Teotihuacán responde a un concepto. «Cada obra tiene un motivo, y ese motivo es el concepto,» explica.
Este concepto en la arquitectura prehispánica señala Flores, encuentra su origen en la religión y en una minuciosa observación de la naturaleza.
El investigador asegura que quienes construyeron Teotihuacán sabían «leer» el entorno, guiándose por los ciclos de la naturaleza.
A través de los edificios, estos antiguos arquitectos marcaron momentos clave del calendario agrícola y ritual, sincronizados con la posición de los astros.
Esta relación cósmica, ejemplificada en el eje compositivo norte-sur de la Calzada de los Muertos, con una inclinación de 15° 23 minutos, permite a los visitantes actuales comprender la precisión y el simbolismo de cada construcción.
“No son solo piedras,” enfatiza el arquitecto. “Son registros de vida y memoria.”
Uno de los aspectos que más desafía la percepción moderna es la asociación entre Teotihuacán y la muerte. Si bien su nombre significa «La Ciudad de los Dioses» o «la Ciudad de los Muertos,» el Dr. Flores subraya que este sitio es, en realidad, una afirmación de la vida.
Para él, el diseño de la ciudad y de la gran calzada es una prueba del enfoque ancestral hacia la existencia cíclica.
“Los sacrificios eran para preservar la vida, no para darla por perdida,” comenta con determinación, destacando que la relación entre la humanidad y los dioses era de mutua dependencia: “Los dioses crearon al hombre para ser adorados, y los hombres, al existir, perpetúan a los dioses.”
Flores Niño de Rivera resalta también la importancia de las plazas y plataformas en las ciudades prehispánicas como Teotihuacán y Monte Albán.
Esas estructuras no solo eran lugares de encuentro, sino que representaban concentradores de energía vital y social.
“La gran plaza de Monte Albán, por ejemplo, servía como espacio ceremonial y reflejo de un cosmos organizado,” explica. Las plataformas y edificios alrededor de esta plaza creaban un entorno en el que el pueblo y sus gobernantes se conectaban con lo divino y natural, formando un todo cíclico.
En la obra y palabras del Dr. Enrique Flores Niño de Rivera, se escucha un llamado a la reinterpretación y revalorización de la arquitectura prehispánica como un legado de conocimiento y espiritualidad.
“Quisiéramos tener una máquina del tiempo para entender la mente de quienes trazaron estas estructuras,” dice con emoción.
Flores nos invita a abandonar la visión eurocéntrica que a veces convierte estos sitios en simples ruinas, para comprenderlos como testimonios vivientes de una cultura que veía en cada piedra una posibilidad de dialogar con el tiempo y el universo.
Esta entrevista nos recuerda que, al pisar las calzadas y templos de Teotihuacán, no estamos simplemente visitando el pasado, sino tocando los latidos de una civilización que supo hacer de la arquitectura una extensión de su espíritu.
Para el autor, cada paso en esos sitios es una reverencia a la memoria de los ancestros y una oportunidad para reconectar con nuestra esencia más profunda.
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