Lic. Gerardo Gutiérrez Candiani. La voz del CCE. Ante la adversidad en el escenario económico, México debe desarrollar y aprovechar al máximo las pocas ventanas de oportunidad que tenemos para generar crecimiento agregado en el corto plazo.
Entre los nichos de mayor potencial en este sentido, hay dos proyectos que han llegado a una fase de concreción, que nos exigen planeación y preparación estratégica, como prioridades de la agenda económica del país.
Por el lado del sector externo, está el Acuerdo de Asociación Transpacífico: no sólo es la mayor apuesta de México en materia de comercio internacional en este momento, sino una de las de mayor proyección en nuestra historia. De hecho, se trata de una iniciativa de libre comercio revolucionaria a nivel mundial, por las economías involucradas y los alcances de los términos y los aspectos que se están negociando.
Por el lado del mercado interno, uno de los nichos de mayor potencial está en el Sur-Sureste y otras zonas con rezagos económicos y sociales. Esto depende de que desarrollemos y acordemos, con los estados y las ciudades involucradas, así como a nivel sectorial y nacional, un enfoque integral de desarrollo regional. El proyecto del Gobierno Federal de las Zonas Económicas Especiales debe actuar como gran detonante en esta tarea.
El esquema, para el cual se presentará en breve la iniciativa de ley correspondiente, no tendrá éxito, en ese sentido, si queda como un esfuerzo aislado. Las Zonas Económicas Especiales deben enmarcarse en una visión estratégica de crecimiento sostenido e incluyente, centrada en reducir las grandes brechas de desarrollo regional que hay en México.
Se ha hablado poco de las oportunidades inherentes del desarrollo paralelo de estas dos ventanas de oportunidad. Por un lado, a través del TPP, mayor acceso a los mercados de la cuenca del Pacífico, que se anticipa serán los de mayor crecimiento en el mundo. Por otro, las ventajas del Sur del país en términos geográficos, para convertirse en plataforma y puente logístico interocéanico, así como sus vocaciones y capacidades productivas. Y todo ello apuntalado por polos de desarrollo como las Zonas Económicas Especiales.
La vinculación es evidente y debe contemplarse necesariamente como un factor esencial en la planeación estratégica nacional.
El camino no es crear islas de desarrollo en Puerto Chiapas, Lázaro Cárdenas, Michoacán, o el Corredor transístmico de Salina Cruz a Coatzacoalcos y en otras más. Lo que se necesita es una ruta de desarrollo integral de los estados y regiones involucrados, para efectos de su integración orgánica con la economía nacional e internacional. Esa es la medida del éxito de estas iniciativas: que generen crecimiento y prosperidad sostenibles.
Con el TPP aseguraremos un acceso preferencial a 12 de las economías más importantes del planeta y nos cubrimos ante escenarios de incremento del proteccionismo. Más importante aún, evitaremos todo riesgo de perder relevancia en el comercio global y en los mercados en los que ya tenemos una posición importante.
El TPP implica una oferta exportable de más de 150 mil millones de dólares en sectores en los que México tiene ventajas competitivas muy importantes. Hay que destacar el automotriz, el eléctrico, el electrónico, el agroindustrial, el químico y del acero, el de perfumería y cosméticos, entre muchos otros.
Ese volumen de exportaciones adicionales podría lograrse en cinco años, por la vía de las exportaciones directas a los nuevos países asociados, e indirecta, a través de las cadenas de valor que tenemos con socios actuales, en particular Estados Unidos y Canadá, en el marco del TLCAN.
De hecho, el TPP es un factor clave en el reto de ampliar la integración productiva de América del Norte. Nos va a ayudar a montarnos con mayor valor agregado en las exportaciones de Estados Unidos, país que ha se fijado que el aumento de éstas exportaciones sea una prioridad estratégica nacional.
En este escenario resalta la importancia de que el desarrollo de la infraestructura necesaria para las Zonas Económicas Especiales no se limite a sus regiones, sino que tenga conectividad hacia los corredores logísticos del centro-norte del país. Que el Sur Sureste se conecte con otra prioridad vital: acelerar la integración productiva del bloque América del Norte.
Con todo esto, se refuerza aún más la pertinencia de abordar en serio el desarrollo del corredor multimodal del Istmo de Tehuantepec, como opción competitiva frente a puentes logísticos como el Canal de Panamá. Hay que pensar en grande; ver hacia delante; no limitarnos a lo que hay, sino extendernos a lo que vendrá.
En el mundo hay muchos ejemplos de Zonas Económicas Especiales exitosas, pero también de fracasos. Tenemos que tener claras las mejores prácticas y conjugar las fórmulas idóneas para el caso de México. Siempre a partir de un principio: desarrollo regional integral e integrado a las zonas del país con mayor dinamismo y competitividad; no cotos aislados de crecimiento.
Se trata del mismo desafío de integración y reducción de brechas de productividad y crecimiento entre el sector externo y el resto de la planta productiva nacional.
Sería insuficiente depender sólo de facilidades fiscales y regulatorias o de algún paquete de estímulos, por más atractivo que pueda ser. Ninguna Zona Económica ha logrado prosperar solamente por esa vía. Tan importante como eso es la certidumbre jurídica; el Estado de derecho, cuya insuficiencia puede quebrantar cualquier proyecto de desarrollo.
El combate a la corrupción, la impunidad y la inseguridad pública es fundamental, en todo el territorio nacional.
Con esa orientación hemos venido trabajando en el sector empresarial, junto con el Gobierno de la República.
En el mismo sentido, debe venir un gran esfuerzo para generar infraestructura; de conformación de clusters y encadenamientos productivos; de fomento a la educación de calidad media-superior y superior, así como, de manera prioritaria, la formación especializada vinculada a las actividades que florecerán en las regiones. Por supuesto, hay que asegurar los servicios básicos para la población, en el marco de un desarrollo equilibrado, social y sustentablemente.
Los retos son mayúsculos; pero son proporcionales a las oportunidades. Tenemos que hacer que estos grandes proyectos se vuelvan realidades que generen beneficios para todos los mexicanos.
El sector empresarial seguirá trabajando de manera intensa en este proceso, con mucha unión, consulta permanente con los distintos sectores e interlocución fluida con el Gobierno Federal. México cuenta con sus empresarios.