+ Ray Chagoya y el rescate del corazón de Oaxaca de Juárez
El crepúsculo cae con suavidad sobre Oaxaca como una bendición antigua.
Frente a la iglesia de San Agustín, donde la piedra se vuelve memoria y los muros rezuman siglos, arranca una procesión insólita, no de santos ni de vírgenes, sino de ciudadanos, reporteros y servidores públicos que, junto al presidente municipal Ray Chagoya, caminan las venas abiertas del centro histórico.
No hay discursos rimbombantes ni templetes.
Solo pasos, miradas y un murmullo colectivo que recuerda que las ciudades se construyen —y se reconstruyen— caminándolas.
Bajo la tenue luz de los faroles y el asfalto irregular, el alcalde se detiene, escucha, señala.
Habla de baches, de drenajes colapsados, de grasa vertida en los registros, pero también —y sobre todo— del alma de la ciudad, esa que se esconde entre las piedras sueltas y los adoquines torcidos, esperando que alguien la redima.
La segunda etapa del plan de rescate urbano que impulsa el municipio contempla peatonalizar cuatro calles más del centro.
Es un acto de fe y resistencia. Liberar al corazón de la ciudad del yugo del automóvil.
“El centro debe ser para caminarlo”, repite Chagoya como si recitara un poema aprendido en la infancia, uno de esos que hablan de dignidad, de historia y de belleza compartida.
“No por romanticismo”, aclara, “sino porque es lo que nos toca defender”.
Bustamante es el ejemplo.
Una calle antes invadida por dobles filas, ahora reconquistada por vecinos que se sientan afuera a conversar, por niños que corren sin miedo, por comercios que ven subir sus ventas no por el ruido de motores, sino por la tranquila coreografía de los pasos.
“Las calles peatonales mejoran la economía local, eso está documentado”, dice el edil, y en sus palabras se mezclan la técnica urbana y la ternura de quien vivió ahí, quien tuvo oficinas y anduvo esos andadores cuando aún no eran andadores, sino ruinas vivas.
Los reporteros —que más que prensa son testigos, “casi estás de vacaciones”, le dijeron a uno— van tomando fotos y nota de las peticiones vecinales, más luminarias, cestos de basura, podas urgentes.
Servidores públicos, discretos, entre la gente, también hacen lo suyo.
Reclamos sencillos pero poderosos que configuran otra cartografía del poder, la del ciudadano que exige, la del gobierno que camina, hasta la del reportero que escucha.
En ese triángulo que a veces no entienden se juega el destino de una ciudad que busca orden, sin perder su caos encantador.
“Estamos haciendo esto paso a paso, como debe hacerse todo lo importante”, suelta Chagoya mientras se detiene frente a una coladera atascada.
Habla de la grasa de los fritangueros que bloquea los drenajes, del reordenamiento del comercio en vía pública, de la necesidad de concientizar y también de aplicar la ley, aunque a nadie le guste.
La ciudad que recibió admite sin drama, estaba colapsada.
El desorden —ese animal salvaje que habita nuestras ciudades mexicanas— no se doma con decretos, sino con persistencia.
Y con caminatas nocturnas.
“Un cesto de basura no es para los desperdicios del comercio”, explica a una vecina que protesta por la ausencia de contenedores.
“Es para ti, para mí, para quien pasa con un envoltorio en la mano y no quiere tirarlo al suelo”.
Esas pequeñas guerras cotidianas —entre la costumbre y la conciencia— son las más difíciles de ganar.
Más allá, en una esquina oscura, alguien menciona los cristalazos.
Chagoya habla de las cámaras del C4, más de 500 en la ciudad, y de la necesidad de poner más, no en cada esquina, sino en puntos clave.
Porque seguridad también significa poder caminar sin miedo, sin sobresaltos, con la tranquilidad que alguna vez definió a Oaxaca y que hoy parece lejana como un sueño de infancia.
El recorrido avanza.
El centro, ese teatro de lo cotidiano, muestra sus cicatrices, banquetas rotas por los árboles, a un ladito de la entrevista banquetera, casonas abandonadas, negocios cerrados, rincones tomados por la indigencia.
Y, sin embargo, la esperanza se cuela por cada rendija.
Está en el diálogo, en la poda de un árbol que ya amenaza con caer, en la promesa de recuperar lo que nunca debió perderse.
—Queremos más espacio público, —dice el alcalde, y su voz se quiebra un poco, como si pronunciara un deseo demasiado grande para una ciudad demasiado cansada.
Pero ahí están.
Él, los vecinos, los reporteros.
Caminando como se caminan las revoluciones silenciosas, sin hablarse, sin verse, las que no buscan titulares, sino resultados.
La ciudad que se hereda y se habita, la ciudad que se sueña de nuevo. Y la que se construye con vecinos y amigos de verdad.
Porque a veces basta con salir a caminar para recuperar la patria chica.
Y eso —en tiempos donde todo parece ruina y envidia— ya es una forma de resistencia.
xxxx
Redacción de Misael Sánchez, reportero de Agencia Oaxaca Mx