3 noviembre, 2025
Oaxaca MX
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Claridad, ritmo y verdad del periodismo

En tiempos donde la información se dispersa como pólvora y la opinión se disfraza de dato, el periodismo —el verdadero, el que se escribe con la sangre fría del oficio y la lucidez del pensamiento— se convierte en una trinchera. No es literatura, aunque a veces la roza. No es propaganda, aunque muchos lo prostituyen. Es, ante todo, un sistema de clasificación de la realidad. Una forma de mirar el mundo y ponerlo en orden para que otros lo entiendan sin necesidad de intérpretes ni adornos.

El periodista que se respeta no escribe para gustar. Escribe para que le entiendan. Y para eso necesita tres armas: claridad, concisión y naturalidad. La claridad no es una virtud estética, es una obligación ética. Un texto claro no se celebra, se agradece. Porque en el caos informativo actual, donde cada palabra compite con mil estímulos, el lector no tiene tiempo para descifrar acertijos. Quiere saber qué pasa, por qué pasa y qué significa. Y lo quiere ya.

La concisión, por su parte, no es sinónimo de brevedad. Es precisión quirúrgica. Es decir, lo justo, sin rebabas ni adornos. El periodista que se pierde en la palabrería es como el soldado que dispara al aire: mucho ruido, ningún impacto. Cada línea debe estar preñada de sentido, cada párrafo debe avanzar como una columna blindada hacia el corazón del asunto. No hay espacio para la retórica vacía ni para el sentimentalismo barato.

Y luego está la naturalidad. Esa forma de escribir que no suena a manual ni a academia, sino a conversación inteligente. El estilo no se impone, se adapta. El periodista no escribe para sí mismo, escribe para un público heterogéneo, exigente, distraído. Por eso debe usar su propio vocabulario, su modo expresivo habitual, sin caer en el barroquismo ni en la jerga técnica. La naturalidad es el puente entre el dato y la emoción, entre el hecho y su comprensión.

Pero el periodismo no es solo lenguaje. Es estructura. Es método. Es disciplina. Todo texto informativo debe pasar por tres fases: invención, disposición y elocución. Primero se elige el tema, se investiga, se compara, se selecciona. Luego se ordena el material, se decide qué va primero, qué se omite, qué se enfatiza. Finalmente, se escribe. Y ahí, en la elocución, el periodista se juega su prestigio. Porque no basta con tener los datos, hay que saber contarlos. Con ritmo, con rigor, con estilo.

En este oficio, escribir es pensar. Y pensar bien es escribir mejor. El periodista que no reflexiona antes de redactar está condenado a repetir lugares comunes, a perderse en la superficialidad. Por eso, cada texto debe tener un plan, una intención, una arquitectura. No se trata de llenar espacio, se trata de construir sentido.

Hoy, más que nunca, el periodismo necesita volver a sus fundamentos. A la escritura clara, al análisis profundo, a la responsabilidad de informar sin manipular. Porque en la era de los sistemas digitales y la viralidad, el periodista que se rinde al espectáculo deja de ser periodista. Y el que resiste, el que escribe con precisión y coraje, se convierte en algo más que un cronista: se convierte en un defensor de la verdad.

Ese es el periodismo que importa. El que no se vende, el que no se calla, el que no se disfraza. El que, como un buen soldado, sabe que cada palabra es una bala, cada párrafo una estrategia, cada texto una batalla ganada contra la ignorancia.

Redacción de Misael Sánchez / Reportero de Agencia Oaxaca Mx

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