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7 octubre, 2025
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Carta aclaratoria del reportero

Retractarse también es informar

Durante décadas, las redacciones de los periódicos, principalmente en México, recibieron cartas que no eran de amor ni de amenaza, aunque a veces se parecían a ambas. Eran cartas aclaratorias. Misivas escritas por funcionarios, asesores, abogados o ciudadanos que se sentían aludidos —o expuestos— por alguna nota publicada en el diario local. Llegaban dobladas en cuatro, con membrete oficial o con tinta nerviosa, y pedían, exigían o rogaban una cosa: una retractación.

No siempre se trataba de errores. A veces, el funcionario buscaba lavarse la cara ante su jefe inmediato, más que impugnar la información. Otras veces, el periodista había fallado: confundió un nombre, omitió un dato, interpretó mal una declaración. Y entonces, la redacción se convertía en tribunal. ¿Se publica la aclaración? ¿Se responde? ¿Se ignora?

La retractación periodística es una herramienta ética y legal que permite corregir información inexacta, salvaguardar la verdad y mantener la confianza del público. Pero en la práctica, retractarse ha sido visto como una debilidad. Como si el periodista que corrige perdiera autoridad. Como si admitir un error fuera peor que cometerlo.

Y, sin embargo, retractarse también es informar. Es reconocer que el oficio no es infalible. Que detrás de cada nota hay un ser humano que investiga, interpreta, redacta y, a veces, se equivoca. La retractación no borra el error, pero lo enmarca. Lo explica. Lo asume.

En los años ochenta y noventa, era común que el periodista respondiera directamente a la carta aclaratoria. Lo hacía en la misma página, debajo del texto enviado por el funcionario. A veces con tono sobrio, otras con ironía. “Agradecemos la aclaración del licenciado, aunque mantenemos nuestra versión basada en fuentes verificadas.” O bien: “El señor director afirma que no estuvo presente en la reunión, pero tres testigos aseguran lo contrario.”

Era un duelo de plumas. Un ejercicio de transparencia. Una forma de mostrar que el medio no se doblegaba, pero tampoco se cerraba. Hoy, esa práctica ha desaparecido en muchos diarios. Las aclaraciones se publican sin réplica, o simplemente se ignoran. Y el lector se queda sin saber quién tenía razón.

En México, las retractaciones periodísticas son mínimas. No porque no haya errores, sino porque no hay cultura de corrección. Los medios prefieren actualizar la nota en línea sin avisar. O publicar una fe de erratas en letra pequeña. O, peor aún, dejar que el error se diluya en el olvido.

La estructura de propiedad de los medios, la presión política y la precariedad laboral hacen que retractarse sea visto como un lujo, no como una obligación.

Hoy, en la era digital, retractarse es más complejo. Una nota errónea puede viralizarse en minutos, pero la corrección apenas alcanza a unos cuantos. Los algoritmos premian lo llamativo, no lo cierto. Y el periodista que se retracta corre el riesgo de ser cancelado, ridiculizado o ignorado.

Por eso, la retractación debe ser visible, sincera y proporcional al daño causado. No basta con tachar una línea o añadir una nota al pie. Hay que explicar qué salió mal, por qué se corrigió y cómo se evitará en el futuro. Porque la credibilidad no se construye con aciertos, sino con responsabilidad.

En el fondo, retractarse es un acto de resistencia. Contra el ego, contra la prisa, contra la tentación de tener siempre la razón. Es decirle al lector: “Me equivoqué, pero sigo aquí. Corrijo, porque respeto tu derecho a la verdad.”

Como en las novelas donde los personajes caen, se levantan y vuelven a escribir su historia. Como en las crónicas donde el honor se defiende con palabras, incluso cuando duelen. Retractarse no es rendirse. Es seguir peleando por un oficio que, aunque golpeado, aún cree en la verdad.

En una redacción de provincia, un periodista recibe una carta. La lee. La revisa. Consulta sus notas. Y decide publicar la aclaración. No porque lo obliguen, sino porque lo considera justo. Añade una línea al final: “El error fue mío. La corrección, también.”

Y en ese gesto, silencioso pero firme, el periodismo se reivindica. Porque retractarse, cuando se hace con dignidad, también es informar. También es contar la verdad. Aunque sea en voz baja. Aunque sea después. Aunque sea tarde.

Redacción de Misael Sánchez / Reportero de Agencia Oaxaca Mx

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