Misael Sánchez
Los oaxaqueños vivimos en una ciudad inmersa en un constante vaivén de contrastes, donde la belleza y la complejidad se entrelazan en una danza que define la identidad misma de Oaxaca de Juárez.
Celebramos con pompa y orgullo a la ciudad, pero detrás de los festejos y los colores vibrantes que embellecen sus calles, se ocultan problemáticas urbanas de proporciones monumentales.
En cada esquina palpita la inminente amenaza de la inseguridad y un colapso urbano.
La escasez de agua potable se erige como un recordatorio diario de nuestra fragilidad ante la desidia y el desinterés por preservar los recursos fundamentales y lo que es peor, la indolencia de las autoridades capitalinas.
Contaminación atmosférica, aumentada con el problema de la basura, una carta bajo la manga de cada esquina, pinta un panorama desalentador que se filtra en cada bocanada de aire.
El tejido urbano, marcado por proyectos monumentales mal concebidos, refleja la ausencia de consenso y planificación.
La indiferencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) frente a la conservación del patrimonio edificado despierta un eco de desolación entre propietarios, que claman impotencia económica para rescatar estructuras condenadas.
El desafío vehicular se torna una batalla cotidiana en nuestras calles, generando no solo un caos visual y auditivo, sino también una preocupante contaminación ambiental que permea cada rincón de la metrópolis.
La proliferación del comercio informal se expande como un pulso descontrolado, marcando una estampa urbana que clama por una urgente intervención.
La carencia de un plan estratégico para el desarrollo urbano, la desatención al problema del desabasto de agua, la ineficacia de las plantas de tratamiento en el río Atoyac y el abandono de zonas periféricas contrastan con la ostentación de áreas turísticas.
Esta dicotomía refleja la fragmentación social y económica que permea la esencia misma de nuestra ciudad. Y ni hablar de la gentrificación.
Nos hallamos en un punto de inflexión crucial.
La revitalización del Instituto Municipal de Planeación se perfilaría como un faro de esperanza en medio de la tempestad.
La necesidad de acciones concertadas, de proyectos pequeños y sostenibles que atiendan la escasez de agua y el deterioro urbano, se convierte en una urgencia vital.
Nos corresponde como sociedad, como oaxaqueños comprometidos con nuestra tierra, tejer un nuevo entramado que rescate a nuestra ciudad del abismo inminente.
Es hora de abrazar una cultura del cuidado del agua, de exigir planificación y consenso en cada proyecto urbano y de reconstruir el tejido social que define nuestra identidad.
El futuro de Oaxaca de Juárez reposa en nuestras manos, en nuestras decisiones y acciones colectivas. Es tiempo de escribir un nuevo capítulo en la historia de nuestra amada ciudad, un capítulo de resiliencia, innovación y unidad.
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