Misael Sánchez
Estamos a mitad de la temporada de lluvias, entre el «cordonazo» de San Isidro y San Francisco, con afectaciones en comunidades por los huracanes y ciclones de cada año.
Los fenómenos meteorológicos salvaron a un gran número de campesinos de perder sus cosechas o cuando menos, ya no les cayó el chahuixtle.
Pero ¿Cómo está el campo?, ¿Sobrevive de milagro?, ¿Son suficientes los programas de apoyo del gobierno federal?, ¿Qué se está haciendo para preservar la producción de semillas nativas?, ¿Ya se superó el déficit anual de producción?, ¿Cómo andan los presupuestos para el campo?, ¿Funcionó retirar los apoyos a organizaciones y hacer la canalización directa a los productores?
A estas alturas, son más las interrogantes que las respuestas.
Antes de que el conflicto político y social desatara su oleaje en el año 2006, Oaxaca experimentaba flujos económicos substanciales en el ámbito rural, destinando inversiones que sobrepasaban los 3 mil millones de pesos anuales.
Sin embargo, esta tendencia descendió de manera considerable, ubicándose en un poco más de 1 mil millones de pesos durante la administración de Gabino Cué.
A medida que el tiempo avanzó, estas cifras descendieron abruptamente hasta situarse en niveles menores a los 500 millones de pesos anuales en los años recientes, marcando un declive notorio en el apoyo financiero a la producción agrícola.
En las extensas tierras del territorio oaxaqueño, una serie de elementos ejercen un impacto desfavorable sobre la actividad productiva, siendo la migración uno de los principales factores que han moldeado su dinámica.
La partida de innumerables familias del entorno rural en busca de oportunidades laborales en los centros urbanos, así como su traslado hacia campos agrícolas en el norte de la nación o incluso hacia los Estados Unidos, ha influido de manera contundente en este panorama.
En la geografía de cultivo en Oaxaca, el año 2022 testimonió la siembra de un total de 604,234.73 hectáreas destinadas a cultivos básicos, de las cuales 559,131.15 hectáreas fueron cosechadas con éxito.
Sin embargo, la tragedia tocó las tierras en forma de siniestro, devorando 300.35 hectáreas de esfuerzo y esperanza.
La paleta agrícola de la región se pinta con 23 productos, siendo el maíz el cultivo predominante, ocupando una vasta extensión de 519,353.80 hectáreas.
A este se suman más de 34,650.38 hectáreas de frijol, y se entremezclan más de 21,401.50 hectáreas de sorgo negro y más de 10,889.72 hectáreas de trigo.
El crisol de productos cultivados no se detiene ahí. En los campos florecen también cosechas significativas de ajo, ajonjolí, amaranto, avena forrajera, calabacita, cebada, cebolla, chile, fresa, frijol, garbanzo, melón, papa, pepino, sandía, sorgo y tomate, otorgando una rica variedad al repertorio agrícola.
Más aún, el cultivo de gladiolas resalta como un componente adicional en esta radiante ecuación agraria.
El Servicio de Información Agroalimentaria revela que en cada uno de los 570 municipios, algún tipo de producción agrícola se manifiesta.
Al desglosar el último año, se reporta la impresionante cifra de más de 170 mil hectáreas bajo cultivo en la región de los Valles Centrales.
A su lado, la Mixteca alza la voz con más de 132 mil hectáreas en su haber, mientras que el Istmo sostiene sus cultivos en una extensión de más de 107 mil hectáreas.
En este esfuerzo por narrar la realidad agrícola en Oaxaca, se traza un retrato que destaca no solo los desafíos que enfrenta la producción rural, sino también la tenacidad de las comunidades que persisten en sus labores a pesar de las adversidades.
En este marco, el compromiso por revitalizar y proteger la vitalidad agrícola de la región se erige como un imperativo ineludible para propiciar un futuro sustentable en el corazón de esta tierra generosa.
